Escribir

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Hace unos días publiqué parte de una nota, que no completa, entregada vía correo electrónico. Anónima, a solicitud de autor. No he dejado de recibir llamadas ni mensajes, porque al parecer, esa publicación puso la camisa a muchos.

Increíble. Somos tan iguales todos y a la vez tan diferentes. Una verdadera contradicción, el ser humano.

Les comento.

En este oficio como en algunos otros, o por conducta, la protección de la fuente es importante. Privacidad, derecho de autor, discrecionalidad, confidencialidad, son parte de este proceso que se llama transcribir sentimientos o situaciones. A veces de modo particular, otras a modo de colaboración.

Hasta ahora no he practicado escribir por encargo. Todo lo expresado ha salido por inspiración, por observación o por el ineludible compromiso de no callar ante lo social o políticamente incorrecto.

Las colaboraciones he sabido sortearlas, porque no todo lo que llega puede publicarse. Pero a veces llegan cartas… imposibles de engavetar. Y entonces viene la magia de la corrección de estilo sin variar la idea original, lo que se quiere expresar.

Sufro de períodos desérticos, mi musa duerme y me provoca grandes letargos. No produzco, no siento ni puedo expresar. Don Juan decía que escribir era una disciplina. Me precio de ser buen soldado, de cumplir en casi todo lo que me toque en la vida, pero para mi escribir es más inspiración que disciplina.

Lo traigo en mis genes, por ambos lados. Mis ancestros salieron de buen madero.

El arte circunda mi núcleo familiar. Hubiera preferido cantar, siempre me gustó el escenario, la preparación del artista, la producción y entrega final. Pero no tuve la dicha de contar con una voz maravillosa en un cuerpo tan sensual como ocurrió con mi tía Casandra.

Era hermosa, y sin cirugía. Esa época exhibió un cartel de mujeres preciosas, al natural.

Entonces me incliné por lo otro, lo que procesamos en pensamiento, aunque mi lógica algunas veces tome caminos equivocados. Ahí me marcaron los varones (abuelos y tíos) y la influencia de los expertos conocidos en el arte de escribir bien.

Me gusta escribir, y lo hago sin faltas ortográficas que es mejor. Es una especie de terapia, de reciclaje emocional. Por eso plasmo -con cuidado, a veces- lo que siento. Probablemente lo importante me lo guarde, lo que me resulta difícil compartir.

Pero en algún momento será. Quizás me anime, y pueda escribir eso que todavía me ahoga, aunque lo haya medianamente superado. Marcela Serrano lo hizo, enfocó la muerte de su hermana de una forma sutilmente descriptiva.

De todos modos, continuaré haciendo lo que me gusta de vez en cuando y de cuando en vez. Tengo varios escritos en cola, que tendrán su oportunidad.

Escribiendo transmito mi particular forma de sentir.

Por: Clemencia García Damirón