Sin mucho preámbulo, una colaboración de Esperanza:
“El Padrino no es una simple historia que cuenta la vida de mafiosos en el New York de los años 30 o 40. Leerla bajo esa premisa es como ver el vaso medio vacío. No se trata solo de corrupción, asesinatos, traición y supervivencia. Es el conjunto de todo eso en función de cómo lo procesa la naturaleza humana.
De entrada, la novela de Mario Puzo publicada en el 1969 pertenece al género policíaco-criminal. Se quedaría justo en ese renglón si vemos la tapa del libro y no su contenido.
Hojear no es lo mismo que leer.
El por encima nunca será igual que a profundidad. Los matices se encuentran en detalles tan imperceptibles a veces, que si no somos curiosos los pasamos inadvertidos. Los trasfondos son proverbiales.
El significado que le pueda dar al contenido de los pasajes bíblicos nunca será igual al que le otorga un sacerdote o un experto teólogo, por ejemplo. Segurísima que los criterios son diferentes, pero no significa que estamos equivocados.
María Magdalena, Lady Chaterley o Robin Hood: ¿cuál sería el criterio o juicio para esos personajes? Diría que el cristal con que los vean nuestras retinas.
La narrativa de El Padrino se desarrolla en un contexto complejo: New York en la década de la Gran Depresión, supervivencia de inmigrantes, desempleo, quiebra del sistema productivo y financiero, así como un sinnúmero de variables adversas a todo ser humano y nación.
De todas, la inmigración italiana a Estados Unidos de Norteamérica fue la tercera más grande seguida de irlandeses y alemanes a principios del siglo XX, según datos del censo publicado por Statistical Abstract of the United States del año 1929.
Toca en medio de tanta crudeza enfrentar el ajuste físico y emocional a un nuevo hogar, abrazar una nueva patria por el sustento de la familia.
Aquí viene lo que tantas veces predico: el ser humano es un conjunto de circunstancias y toma de decisiones. Usted, motu proprio, escoge lo que entienda conviene para su mejoría y supervivencia en esta selva de concreto en que vivimos.
¿Que a veces no son las decisiones más inteligentes? ¡Que va! Pero a mí no me lo creas, como dice mi amigo Diego Arias. Son las mías, debo ser responsable y aprender de ellas.
Por eso los matices de la novela. Apreciamos -aparte de lo obvio – la realidad de un conglomerado cuyo poder trasciende todos los límites y estamentos.
Defienden la familia, pero condenan la traición; respetan los pactos, la palabra empeñada, el honor, la lealtad, y encima hay lugar para el arrepentimiento. Todo en base a decisiones algunas veces condenables.
Y sí: tienen un código.
Los mafiosos también tienen su código, como lo tienen los pastores y sacerdotes, monarcas, políticos, profesionales y la sociedad en general.
Cada quien toma lo que más le agrade de una lectura. Yo prefiero siempre aquello que me sume y aporte en conocimiento, crecimiento personal y espiritual. ¿Por qué ver el vaso medio vacío cuando puedo escoger verlo medio lleno?
La opinión de los otros siempre es importante.
Ahí radica la grandeza de la novela. Nos da un paseo imaginario por Las 48 leyes del poder, El príncipe y El arte de la guerra. Todos somos importantes, no hay enemigo débil ni pequeño.
Convivamos en armonía, defendamos lo que creemos aún sin estar de acuerdo con el otro, recordando que no hay blanco o negro pero sí matices.
¡Hasta una próxima!”
Esperanza.