El mundo está en transición, pero hacia dónde, nadie lo sabe con certeza. Desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, las tensiones geopolíticas se han intensificado, acelerando el declive del orden liberal internacional y dejando un vacío de poder que Washington, Pekín y Moscú intentan llenar, cada uno a su manera.
Trump ha optado por una política exterior disruptiva, aranceles masivos contra China, acercamiento a Putin y presiones contra aliados europeos para que asuman más costos en su propia defensa. Su estrategia parece ser una mezcla de America Primero, donde el poder se ejerce sin ataduras multilaterales. Sin embargo, este enfoque tiene riesgos, erosiona la confianza de aliados clave, debilita instituciones como la OTAN y paradójicamente, podría acelerar el ascenso de China como alternativa global.
Pekín observa con atención la retirada relativa de EE UU y aprovecha cada grieta. Su dominio en tecnologías clave, control de tierras raras y expansión económica en el Sur Global le dan ventaja en una guerra de desgaste. Sin embargo, China no busca aún una confrontación abierta, prefiere consolidar su influencia mientras Occidente se divide. El riesgo para Pekín es que una escalada con Trump lleve a sanciones más duras o incluso a un bloqueo tecnológico irreversible.
Putin ha sido el gran beneficiario de la nueva era Trump. Con Europa debilitada y EE UU más interesado en negociar que en confrontar, Moscú logra avances en Ucrania sin pagar un costo. Pero Rusia sigue siendo una potencia en declive demográfico y económico, su alianza con China es de conveniencia, no de igualdad, y su futuro depende de que Occidente no se reorganice.
Lo que viene no es una nueva Guerra Fría, sino algo más complejo, un sistema donde las reglas ya no las dicta solo Occidente, pero donde tampoco hay consenso sobre cuáles deben ser esas reglas. Europa, India y otros actores medianos intentan navegar esta incertidumbre sin quedar atrapados en la confrontación.
El gran peligro es que, en esta transición desordenada, un error de cálculo lleve a un conflicto mayor. O peor aún, que el mundo se fracture en bloques económicos y militares rivales, donde la cooperación global sea imposible. EE UU, China y Rusia están redefiniendo el orden, pero aún no saben cómo será. Mientras tanto, el resto del mundo espera, se adapta y en algunos casos, empieza a tomar sus propias cartas en el juego.