El ambiente auguraba conflicto, pesar, desencanto y hartazgo. Con tan solo menos de dos meses, el gobierno se siente viejo. Como si apurar los días para que termine es la solución.
Por lo bajo y siempre en la oscuridad, fuerzas opositoras maquinan inestabilidad y desorden, para en medio del caos desviar la atención de lo importante, y esto solo podría tener efecto si nosotros -el pueblo, los afectados- seguimos su perverso juego y nos dejamos manipular.
Entonces surge la esperanza.
Desde la noche del jueves pasado, con el discurso del presidente Luis Abinader, en el país se vive otro aire. Sentimos que sí, que algo tendrá que pasar para revertir ese sentimiento de desconfianza hacia los políticos que una vez logrado su ascenso al poder, olvidan lo prometido durante largas campañas electorales.
El Presidente habló, y lo hizo desde mi punto de vista, con la valentía que se esperaba de él. Llamó las cosas por su nombre y adjudicó a quien merece, culpas y responsabilidades por la inacción ante la crisis sanitaria, pero también, por la difícil situación económica heredada producto de la obscena corrupcióndel gobierno pasado.
Abinader detuvo los efectos deuna fuerte presión social manifestada desde diferentes estratos y plataformas. Estaban creadas las condiciones necesarias para ocupar no solo la Plaza de la Bandera, sino paralizar el país. Y no era para menos.
A la pesada carga económica y emocional que nos ha impuesto este terrible COVID-19, nos agregan la política y la impositiva. Esta última a modo sorpresa, incluida de forma inadvertida al ojo popular, en partidas dispuestas para la aplicación del Presupuesto del año 2021. La desafortunada presunción de tocar un punto tan sensible como el salarial intentando gravar el correspondiente a Navidad o número 13, fue la cerecita que coronó el pastel del gran descontento social.
Quizás para unos resulte altruista “donar” su salario para “servir” a la Patria. Esos probablemente tienen su vida resuelta económicamente hablando. Pero el grueso de la población, los que somos todos, tenemos la difícil y gran tarea de preocuparnos por latitánica labor de sobrevivir en un mundo cada vez más hostil para quienes prestamos un servicio a cambio deun reducido salario comparado con el alto costo de la canasta familiar.
Ese discurso a tiempo ofrece un compás de espera al movimiento social. Hemos sido pacientes pero no abusen de nuestra pasividad.
Esperamos acciones contundentes que encaminen el rumbo casi perdido de nuestra nación. No queremos circo, señor Presidente, queremos justicia y bienestar social, porque puede estar seguro que el pueblo apoyará cada gestión suya enadecentar la actividad política y una buena administración estatal.
Nos merecemos vivir un tiempo en el que los titulares de los periódicos se lean con esperanza. Aguardamos expectantes porque el que promete debe cumplir.
Mientras…gracias, señor Presidente.
Por: Clemencia García Damirón