Los cambios de la sociedad y el orden político

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Por. Liza Collado

Los autores más destacados en política comparada coinciden en que el nivel de vinculación política que alcanza una sociedad se refleja en la relación entre sus organizaciones políticas y las fuerzas sociales que las integran; esos colectivos formados por grupos religiosos, comunitarios o económicos. Es evidente que el nivel de desarrollo político de la sociedad depende en mayor medida del grado en que sus dirigentes o activistas, que además pertenecen a sus filas, se identifican con ellas. En otra mirada, el poder e influencia que ejerce la ciudadanía es muy variable, se desliza, de acuerdo a la afectación de sus intereses.

En 1972 se publicó por primera vez PoliticalOrder in ChangingSocieties, en el que Samuel Huntington realizó uno de sus mayores aportes a la política comparada. El investigador y catedrático de la universidad de Harvard, ha publicado varias obras en las que plantea teorías respecto de la relevancia del desarrollo político norteamericano para las naciones en vías de desarrollo.

D.H. Bayley comentó este libro asegurando que “será leído por los estudiosos de la próxima o las próximas generaciones” y con sobrada razón; su contenido es parte de las mejores contribuciones bibliográficas sobre esta materia.

No se puede advertir el cambio que experimentan las sociedades, sin analizar el origen de la inestabilidad o violencia de la que adolecen los países en vías de desarrollo como el nuestro. Para entenderlo, tendríamos que ver con detenimiento el papel de los militares o policías en la política, las violaciones a la Constitución y la Leyes, el flagelo de la corrupción, las libertades que atentan contra la clase tradicional y la actividad democrática, competitiva y de modernización política de los partidos.

La historia revela que las organizaciones políticas surgieron de la interacción y los desacuerdos entre las fuerzas sociales. En una sociedad altamente compleja, los partidos políticos dependen de su conexión con los ciudadanos.

En República Dominicana se ha convertido una práctica recurrente el criticar aquello que no funciona buscando un intercambio, penosamente, en la mayoría de los casos, esto es solo hasta que quien lo hace o sus descendientes son compensados, ya sea con una designación en el gobierno de turno, contratos de obras o servicios y hasta con becas de estudio.

Quienes aspiramos a la construcción de un tejido que promueva las reformas sociales necesarias en nuestro país, debemos continuar apostando a la crítica constructiva, aquella que sugiere soluciones para evitar las improvisaciones, la que parte de la inteligencia colectiva; es el contrapeso de los pueblos democráticos y solo así se genera el cambio.