Una estampa de dignidad, pero también de dolor

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A mis padres siempre los escucho decir “el trabajo dignifica”, y es cierto. Han sido ejemplo vivo de esa aseveración.

Tulio, negro oriundo de San Cristóbal, vendedor de aguacates, adulto mayor y con problemas latentes de salud física, personifica la estampa misma de esa dignificación de vida. Un verdadero ejemplo que va acompañado de dolor y de impotencia.=

Desde hace todos los años del mundo nos complace con el exquisito sabor de sus aguacates en nuestras mesas. Con lluvia o con sol escuchamos su voz ya debilitada por los años anunciando la preciada fruta que acompaña al manjar dominicano. Una pesada canasta sobre la cabeza de un Tulio cuya vejez se dibuja en todo su ser.

El pasado domingo, muy temprano, presencié una imagen que tocó las fibras de mi corazón.

Parada junto al ventanal del comedor de mi casa vi cuando Tulio intentaba subir los escalones de uno de los callejones que comunican a la avenida Enriquillo desde el residencial. Con suma dificultad manejó su hazaña precisando de la ayuda de un transeúnte.

Estaba muy fría la mañana, una ligera llovizna se hacía presente.

Antes de ese episodio filosofaba sobre la inmortalidad de mi cangrejo. Que si el lunes tengo que hacer esto, que si debo completar aquello, que si lo otro debe llegar pronto, bla, bla, bla. Nimiedades, quejas internas que nunca faltan, conversaciones con el Barbudo a mi forma (dice mi mamá que suelo hablarle muy duro a Él), mientras disfrutaba de la tranquilidad que da el tomar una taza de café a tempranas horas del día.

Los maravillosos pensamientos -en ocasiones no tanto- que nos llegan cuando llegas al punto de vivir en relativa paz.

Tulio es una estampa de dignidad, pero también de dolor. Y lo conecto precisamente con una conversación sostenida recientemente con mi amiga B., quien está tramitando su pensión. La vejez está mal concebida. Con ella nos llega todo tipo de dificultad, y para algunos se hace insostenible.

A B., la han pensionado a la mala, de pronto. Un salario pobre para tantos años de trabajo, y ni hablar de las condiciones de acceso a la seguridad social. Ella por lo menos tendrá un ingreso fijo, Tulio tiene el peso de su canasta de aguacates probablemente hasta el último respiro.

Hay desigualdad, dolor e impotencia, indudablemente.

Mis padres tienen su pensión producto de largos años de trabajo, han procurado llevar una vida digna y cuentan con el apoyo de nosotros, sus tres hijos. Al ver a Tulio recibiendo la ayuda de un desconocido para poder cumplir con “lo del día” los reflejé a ellos. ¿Y si les hubiera tocado esa suerte?, pensé.

Me proyecté en un par de años. ¿Qué pasará conmigo, cómo será mi vejez? La dignidad a veces nos cuesta tanto. Nos da una especie de preocupante libertad en un futuro incierto.

Mientras tanto, en lo que llega me acojo al pasaje bíblico de san Mateo: “no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”.

Dios con nosotros.

Por: Clemencia García Damirón