Asovibin, ¡una cura!

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La vida nos va poniendo a cada uno donde merecemos estar. Todo es cuestión de tiempo, y de la actitud con que asumamos ese designio.

Luego de la obligatoriedad del distanciamiento social por pandemia, las muchachas se reúnen con la algarabía que las caracteriza. Risas, anécdotas, piropos, olvidos y variadas quejas triviales. La edad promedio de estas jóvenes oscila entre los 75 – 87 años, pocos más, pocos menos.

Ha sido un espectáculo verlas a casi todas juntas de nuevo. Esta vez la ocasión se prestaba para celebrar el cumple de la tía Angely, y lo hicieron como solo a ellas se les ocurre en su tiempo de ocio: la celebración de su juego de bingo.

Me ha tocado servir de asistente, pues mi mamá fue anfitriona. ¡Se muere por eso, no puede negar el apellido!

Las bauticé hace mucho, les puse nombre: Asociación de Viejas Bingueras (Asovibin) y me gozaba ver cómo se preparaban para su olimpíada dominical. El bingo es la excusa para compartir y recordar, reírse de ellas mismas, apoyarse en sus dificultades cualesquiera que sean.

Siendo una actividad lúdica, la han organizado de forma exitosa.

Juegan cuadrito, terna, “bandiao”, bingo y cartón lleno. Hay montos para cada modalidad, tienen sus identificadores y su canasto de recolecta. Es decir, han puesto reglas a su diversión. Porque es más lo que hablan que lo que juegan, y para que no se les pase un bolo o hazaña, lo documentan.

Importante resaltar la habilidad del cálculo y el uso de memoria inmediata. Llevar la cadena de quién hizo una cosa desde el principio hasta que culmina la mano es pasar una prueba de selección de personal. Observarlas en esta nueva etapa fue aleccionador para mí.

Esto es más que un juego. Es un grupo de apoyo filial. Es compañerismo, una historia afectiva que contribuye con su bienestar. Una verdadera red de apoyo de adultas mayores.

Iniciaron muchas, el número ha ido disminuyendo por razones propias de edad y/o enfermedad. Unas han dejado el plano terrenal; otras han tenido que cambiar de país por temas familiares; a una que otra, el Alzheimer ha vencido. El grupito reunido de ocho ha dado la batalla, son luchadoras, fajadoras, buenos tercios y mejores cubiertos.

Sus reuniones contemplan bebida y comida, todo casi ligero pero suficiente. Diabetes, hipertensión y Parkinson no prohíben que ingieran sus antojos. Cantan, recuerdan su época de colegio y cinturas ceñidas, los bailes en salones con modelaje incluido (ninguna conoció un colmadón), de sus enamorados, etc. La mayoría casó con su primer amor. Un anecdotario digno de Borges o Benedetti.

Las que no pudieron asistir, vía telefónica llevaron el desarrollo de esta actividad.

Fue un inmenso placer verlas disfrutar, todas desearon que se retome su actividad. Están vacunadas. Estuvieron bajo resguardo por muchísimo tiempo y ansían continuar. Ese junte es colágeno para sus almas y piel. Hacen honor a que la risa es remedio infalible.

Y ni hablar de lo que significa evocar magníficos recuerdos de antaño. Amé ver a mi mamá con sus iguales, porque casi todas ellas son parte de mi infancia, ¡son mis tías por elección!

Dios con nosotros.

 

Por: Clemencia García Damirón